DOS BIRRAS, DOS MUJERES Y UN ALBERGUE
No es
el calor, es la humedad mezclada con el cansancio lo que le hace sentirse tan hastiado,
encima hoy de nuevo más turista con hambre de aventura. Humberto le dice que
llega tarde a la estación marítima, allí está David con un grupo numeroso de extranjeros;
- de acuerdo ahora mismito salgo para allá.
Acaban
de llegar los últimos pasajeros de este vuelo, todos ya esperan en la estación
marítima; “bienvenue” les dice Hurbano y todos contesta remercier menos María y
Lucia que les dice Gracias, ese sonido no era francés, tal vez estas chicas
saben hablar español, la verdad, se agradece, al instante le envuelve la marea
de preguntas típicas y empieza a conversar en francés como toca durante unos
días.
A
estos capuchinos, los monos digo, les gusta las botellas de agua, les gustan
los turistas, ellos saben que se acercan la hora de la visita y de su merienda,
huelen a visitantes, a bananas cortadas, Lucia se acerca a Hurbano para conocer
esa relación entre primates y el hombre que él también maneja.
Al
terminar la visita, ahora es él que se interesa por ellas, le gusta su acento
suave, sensual y se pregunta qué hacen dos chicas en un lugar como este, tan
inhóspito y peligroso por momento, la selva amazónica; su instinto más
primitivo les hace sin querer protegerlas, aunque pueda parecerle algo
inapropiado a dos mujeres occidentales.
Lucia
no puede evitar recordar a su padre, ¡Cuánto le hubiera gustado ver estos
animales en total libertad!, mucho mejor que los documentales de tv de Rodríguez
de la Fuente, y ahí estaba la niña chica con su amiga María en su nueva
aventura.
Me
siento protegida María, aunque ese olor a humedad seca en la ropa de los chicos
me da un no sé qué y surge la risa entre ellas, entre risas por tonterías llega
la hora de la cena, esta aventura está resultando aún mejor de lo que vendía el
folleto de la agencia y de lo que nos dijeron, a decir verdad, nada de lo que
nos iba a suceder ha pasado, todo lo contrario, comenta María.
Atento
durante toda la cena no puede parar de mirar a las chicas, él sigue con su
trabajo de recoger el comedor del albergue, ¡aquí como el circo, el chico que
te vende las palomitas, también es el acróbata! Dice en voz alta Lucia, ella es
chispeante con sus palabras, María se ríe y asiente con la cabeza. Sigiloso y
sin que apenas se note se acerca a las chicas, es hora de ver las estrellas y
ver brillar los ojos de los caimanes que descansan a orillas del río, allí están,
pero para Lucia es más interesante ver las estrellas, la vía láctea y de fondo
un perfecto francés de Hurbano que ha aprendido por necesidad, Lucia se dice a
sí misma “para qué ir a Paris sí ya tengo lo que necesito”.
Unas
birras para terminar una de las mejores veladas de sus vidas, Hurbano las
acompaña, las miras, las contempla, las escuchas y las oyes, poco a poco se
está enamorando de sus risas, de su espontaneidad, se huele, se percibe la
física y la química entre personas, tal vez surja la alquimia, él tiene hambre
de mundos nuevos, ellas hambre de amor pero solo les queda veinticuatro horas en aquel lugar remoto, se quedarían,
pero han de volver a Occidente, donde la vida es rápida, estresante y poco
atractiva. Se despiden, ellos lo saben, e incluso lo siente, para él, ellas es
su oportunidad de viajar por Europa sin salir de Puerto Maldonado y para ellas
él, es ese hombre que en Occidente está tan disfrazado, tan depilado tan maquillado
que nunca encuentran.
Amanece,
han recogido las maletas, todos han subido a la barca, es hora de despedidas,
esta mañana él está especialmente distante, arisco, María intenta acercase a él
sin mucho éxito, Lucía lo entiende, a ella le pasa lo mismo, ya en el avión de
vuelta a Madrid se da cuenta que tiene “el síndrome del campamento”, sí, le
caen lágrimas cara abajo, se enamoró del País, de su gente y especialmente de
la libertad que te ofrece Pachamama , ella
siempre te da lo que necesitas y siempre te hace sentir en casa.
Humberto le avisa que hoy descansa, son
turistas italianos, hoy duerme en casa, con su mujer e hijos.
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